miércoles, 10 de abril de 2013

El té inglés y las nanas desleales -El Mostrador 10.04.2013

Estaba decepcionada Matthei. Y mucho parece.
¿La razón? Según cuenta una nota periodística de El Mercurio por el impactante hecho de ver a una dirigente del Sindicato de trabajadoras particulares esperando la llegada de Bachelet.
Y eso la habría afectado profundamente. “No lo podía creer”, cuenta la nota.
La decepción tendría sabor de deslealtad. La ministra había trabajado “codo a codo” con ese sindicato para elaborar un proyecto de ley que rebajaba su jornada de trabajo, una “vieja aspiración” de ese gremio. Que, como era de esperar, la Concertación no había saldado.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI en una sociedad que se cree ad portas al desarrollo un grupo de trabajadoras de las más débiles del sistema, tenga por ley una jornada que vulnera todos los estándares internacionales, especialmente el Convenio 189 de la OIT, y que deban, además, esperar 2 años adicionales desde aquel indeterminado momento en que dicha ley se reforme?Fuera del tono paternalista y siútico de la nota —destacando como hecho relevante que las nanas fueran recibidas en “su propia casa” por Matthei y que el té fue servido en “loza inglesa”, que se usa solo para “ocasiones especiales”, con “tapaditos preparados por la propia Ministra”—, el actuar de Matthei ha sido un despropósito.
Primero, por la idea de la política que su enojo supone. Vieja y trasnochada idea de que los ciudadanos, especialmente los más postergados, deben “agradecer” la gestión de los políticos y no traicionar su lealtad con sus votos.
¿En qué noble y democrática noción de la política ubica Matthei la idea de que los ciudadanos le deben lealtad por el sencillo hecho de cumplir con su función pública?
Tiempos de latifundio le llamaban, cuando el inquilino debía agradecer los gestos bondadosos del patrón, ahora en forma de canapés de jamón y queso y tecito inglés.
Y segundo, por la autocomplacencia en la que se suele mover buena parte de la clase política chilena y en este caso, la propia Matthei.
La gestión que la ministra exige se le agradezca con lealtad política no es un resultado concreto ni nada que se le parezca. No es una ley, sino un proyecto de ley. O sea un proyecto que quizás, no vea la luz en muchos años más.
Y eso es demasiado poco, Evelyn, para exigir tan alto precio.
¿Qué no lo hicieron en los tiempos de la Concertación?
Superar a los ministros del Trabajo de la Concertación no da ni para mérito. Y mucho menos para lealtad.
En rigor, este asunto da para pura vergüenza política transversal.
Ello, porque la demanda de esas trabajadores —postergadas donde las haya— no es un desvarío de un grupo de lobbistas en busca de un privilegio que merezca ser especialmente agradecido. No se trata de los dueños de las Isapre ni de las AFP intentando defender el modelo de salud ni previsional.
Todo lo contrario. Se trata de una deuda que debería más bien dar vergüenza: la ley permite que las trabajadoras de casa particular trabajen hasta 11 horas diarias —66 horas semanales—, una jornada que recuerda la explotación de principios de siglo. Pero del siglo pasado.
Y que a todo esto, en el caso de la propuesta por la que Matthei exige tanta lealtad, recién se hace rebajable a 45 horas de jornada semanal, como el resto de los mortales, dos años después de aquel día que entre en vigencia la ley.
Sí, tal como lo leyó, dos años después de aprobada la ley.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI en una sociedad que se cree ad portas al desarrollo un grupo de trabajadoras de las más débiles del sistema, tenga por ley una jornada que vulnera todos los estándares internacionales, especialmente el Convenio 189 de la OIT, y que deban, además, esperar 2 años adicionales desde aquel indeterminado momento en que dicha ley se reforme?
Y que, por si fuera poco, a los ojos de Matthei deban dar las gracias.
Muy fuerte, hay que reconocerlo.
En rigor, a estas trabajadoras de casa particular nadie debería exigirles lealtad por nada.
Más bien se les debe una disculpa y un prudente silencio, ese que produce la vergüenza por tantos años de exclusión y olvido.

1 comentario:

  1. Me recuerda como se hacia "política" antiguamente en los campos, donde el candidato "regaba" con abundantes licores y alimentaba con grandes asados a sus votantes, asi se sentían obligados a votar por el candidato "rajao". Lo que se olvida es que actualmente los electores pueden compartir un asado contigo, comerse toda tu comida, pero si el asado de al lado está mejor, para ese lado se van. Solución: tener el mejor asado y copete!!! Saludos,

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