martes, 11 de diciembre de 2012
Días de huelga- El Mostrador 7.12.2012
viernes, 2 de noviembre de 2012
jueves, 18 de octubre de 2012
Un rayo de sol
martes, 16 de octubre de 2012
miércoles, 3 de octubre de 2012
Los lobistas y su seguridad jurídica- El Mostrador 26-09-2012
miércoles, 29 de agosto de 2012
jueves, 16 de agosto de 2012
No: la dulce derrota de Pinochet- El Mostrador- 10-Agosto-2012
domingo, 15 de julio de 2012
La CUT y sus días difíciles - El Mostrador 12.07.2012
En resumen, y en pocas palabras: la irrelevancia más dramática.
Y a nadie le importaba. Parecía escrito en piedra que el modelo chileno suponía un tipo de desarrollo donde no había espacio ni para sindicatos, ni para trabajadores con poder. La idea en esos años del milagro chileno, como lo sugirió en algún momento un ex ministro de Hacienda era “cuidar la pega”. Calladitos, le faltó agregar.
lunes, 21 de mayo de 2012
Detectives helados...Bolaño

Soñé con detectives helados, detectives latinoamericanos
que intentaban mantener los ojos abiertos
en medio del sueño.
Soñé con crímenes horribles
Y con tipos cuidadosos
que procuraban no pisar los charcos de sangre
y al mismo tiempo abarcar con una sola mirada
el escenario del crimen.
Soñé con detectives perdidos
en el espejo convexo de los Arnolfini:
nuestra época, nuestras perspectivas,
nuestros modelos del Espanto.
martes, 15 de mayo de 2012
La Tijera de Cortazár- El Mostrador- 12.5.2012
En esas ocasiones, ni Cortázar, ni Chadwick decían nada. Curioso por decir algo, ya que hoy de repente y sin aviso previo, se han erigido en los guardianes de la corrección televisiva.
El primero ha decidido, como en los mejores tiempos de la dictadura, que hay cosas que mejor los ciudadanos no veamos: como la discriminación de que son objeto las nanas en colegios ―católicos la mayoría― y restoranes elegantes donde las nanas, al parecer, no son bienvenidas.
El segundo, le ha puesto razones ―sin que nadie se las pidiera― a la censura de Cortázar: “Las cámaras secretas no son fair play” ha dicho con tono reflexivo.
Y ante tamaña contradicción surge la pregunta obvia: ¿por qué el silencio y respeto a la libertad de expresión cuando se trataba del vendedor de paltas, y censura y preocupación por la honra cuando se trataba de colegios católicos y empresas importantes?
No cabe duda que esta dupla de notables tendrá buenas razones.
Lo del fair play, por supuesto. No es correcto hacer caer a personas o empresas en conductas reprochables, por medios escondidos y deliberadamente engañosos.
Suena bonito, pero tan leve. Es sencillamente ridículo pretender que el discriminador ―en este caso colegios católicos y restoranes― den la cara con sus motivos reprochables.
Precisamente, porque son reprochables y lo saben perfectamente es que actúan a escondidas, en el refugio de su propiedad, en la impunidad que da saber que dominan la situación y que su discriminación a una mujer de apariencia sencilla quedará silenciada entre cuatros paredes.
Pensar que el discriminador le dirá a esa misma nana, cara a cara y frente a los reflectores de las cámaras, de que ese colegio no es para ella es sencillamente ridículo. De seguro que en esos casos harían todo lo contrario: recitarían de memoria los principios cristianos que los inspiran, la solidaridad y un largo bla blá, hasta, quizás, le ofrecerían una beca para nanas.
De ahí el valor innegable para la verdad de la cámara secreta.
También nos podrían decir que se trata de una actriz y no de una nana. Este argumento es peor que el anterior. La actriz no está jugando a un personaje de teleserie, sino que está representando un rol social que es, precisamente, el que provoca la discriminación.
Y es que utilizar una actriz y no una nana real no marca ninguna diferencia relevante: ¿acaso es menos reprochable la conducta del colegio católico que discrimina a una actriz creyendo que es nana que a una nana real?
Sencillamente ridículo.
Ahora, estamos en Chile y todos sabemos ―olemos las verdaderas razones como los colegios católicos olían que la nana no era una de ellos― que la agilidad de esta dupla de notables para tijeretear y censurar un reportaje de investigación tiene una explicación obvia.
Es que vamos a ser honestos. Los reportajes de denuncia nos gustan cuando los sujetos que vemos caer ante las cámaras son pobres, insignificantes y por supuesto, nada de influyentes.
Con sujetos a los que El Mercurio no les publica cartas, que no son ex alumnos de colegios católicos ―no aptos para nanas―, la tijera se guarda en el último de los cajones. “Es que el vendedor de paltas no es mi amigo, pues hombre”, se justificarán en silencio los dueños de nuestra televisión.
De hecho, nos dirían, es ahí cuando las cámaras secretas muestran toda su utilidad: es que cuando caen ante nuestros ojos seres anónimos, que no arrastran con ellos ni prosperidad, ni un buen nombre que cuidar, la privacidad y la honra nos importa un comino.
Sin poder, ni capital social, a nadie le preocupa que los periodistas se comporten como aves sagaces sobre sus presas. Ahí el rating y el mercado lo justifican todo.
Un poema al Chile de la desigualdad.
En todo caso, corte lo que corte la tijera, la verdad seguirá ahí inconmovible como una catedral.
En Chile, hay colegios católicos donde, de resucitar, Jesús no habría cruzado ni la puerta. Ni tampoco en restaurantes ni en muchos otros lugares que suelen ser visitados por nuestra elite mayoritariamente católica.
Y de seguro, siempre existirá un Cortázar ―los ha habido tantos en la historia― para usar su tijera: como si la verdad se pudiera recortar al antojo del de turno.
domingo, 29 de abril de 2012
martes, 27 de marzo de 2012
Acuerdo CUT CPC: llueven migajas- El Mostrador 24.03.2012
Es que el realismo político —los sueños arrinconados por la medida de lo posible— de quienes dirigen esa organización parece no tener límites. La CUT acaba de llegar al acuerdo más paupérrimo del que se tenga memoria conel gran empresariado, representado en la CPC, todo bajo el caricaturesco nombre de diálogo social.
reflexionando.
Y la estrella de la noche: la tan cacareada reforma al multirut. Una reforma tan evidente —el abuso es tan grosero que hasta Matthei está de acuerdo— como menor, ya que los jueces del trabajo ya han comenzado a declarar la existencia de una sola empresa en estos casos. De hecho, basta leer el proyecto del Gobierno —que Martínez salió a defender apasionadamente— para darse cuenta que pone más trabas y requisitos para que los trabajadores logren su objetivo de
sindicalización. O sea un avance al revés.
¿Cambios a la estructura profunda de plan laboral de Pinochet en las materias que importan: negociación colectiva por sobre la empresa y reconocimiento efectivo del derecho de huelga, por ej. eliminación del remplazo de trabajadores en huelga?
Nada de nada.
Y la pregunta es evidente: ¿valía la pena llegar a una acuerdo de tan precarios e imperceptibles avances, excusado en el realismo político de la CUT, permitiendo de paso a este gobierno y al modelo económico al que sirve, vestirse de dialogante e inclusivo, escondiendo, una vez más, la basura bajo la alfombra?
En absoluto. En un país que, como lo ha certificado la propia OCDE, tiene niveles vergonzosos de sindicalización y de negociación colectiva —los más bajos de esa organización— y con trabajadores, como lo reconocen todos los actores, sin poder alguno en sus relaciones laborales, llegar a tan raquítico acuerdo daña profundamente la posibilidad de construir en el futuro un movimiento potente como, precisamente, el de los estudiantes.
Da entender que con estas reglas —las que creó el hermano de Piñera— se puede sostener el diálogo social. Y eso, como veremos, en Chile es un disparate.
Pero este grosero error –negociar migajas- no es nuevo. Corría el año 1989, la alegría ya había llegado y el Gobierno de la época anunciaba —con bombos y platillos— la política de los acuerdos entre el empresariado y la CUT.
La jugada de Cortázar, el ministro del Trabajo de la época, fue maestra. Los trabajadores rápidamente olvidaron su demanda central: la sustitución total del plan laboral de Pinochet y, además, dejaron de cuestionar el modelo económico neoliberal que hasta hoy padecemos. Los empresarios podrían dormir tranquilos.
¿Lograron algo los trabajadores del diálogo social de Cortázar?
El precio de tamaña claudicación fue modestísimo. Recibieron las que hoy, miradas hacia atrás, nadie dudaría en calificar como migajas. La más importante de todas —hoy da risa sólo pensarlo— fue una conquista de aquellas: se eliminó el libre despido y se sustituyó por la causal de necesidades de la empresa. O sea, lo mismo con otro nombre (Ley 19.010 de 1990).
Y los resultados de ese “diálogo social” fueron espectaculares: después de veinte años de democracia los trabajadores tiene hoy menos poder que cuando se fue Pinochet.
¿Se puede cometer el mismo error por varias veces, eso de tropezar con la misma piedra?
La CUT parece que cree que sí. El gran empresariado tiene en la CUT, hay que reconocerlo, a un socio ideal: débil y sin poder real de negociación, llegar a acuerdos de “migajas” es relativamente sencillo. A cambio se logra un hecho político fundamental: dar la apariencia de que con las reglas del juego vigenteses posible avanzar en eso que se llama diálogo social.
¿Existe posibilidad en Chile de un diálogo horizontal y de iguales entre los trabajadores y empresarios y sus respectivas organizaciones?
Ninguna. Salvo que se reformen radicalmente las reglas legales dejadas por Pinochet los trabajadores no tendrán poder real para negociar nada. Y ello, parece obvio, no se logrará con insignificantes acuerdo con la CPC, sino con presión sobre el sistema político, especialmente sobre aquellos sectores que suelen golpear la puerta de los trabajadores en vísperas electorales, para lograr una reforma integral al modelo de relaciones laborales.
Esa reforma que en su día —1989— la Concertación prometía en su primer programa de Gobierno a los trabajadores chilenos: “Proponemos introducir cambios profundos en la institucionalidad laboral, de modo que ésta cautele los derechos fundamentales de los trabajadores”.
Nada de eso ocurrió, y paradójicamente, en los años que siguieron esa caricatura del diálogo social fue especialmente alimentada por sectores políticos de la Concertación más preocupado de su particular visión de la estabilidad política —la pusilánime democracia de los acuerdos—, que en establecer nuevas y justas reglas para la relación entre trabajadores y empresarios.
La cruda realidad es otra: no ha habido experiencia de genuino diálogo social desde el retorno de la democracia. Y ello por una razón muy simple, los trabajadores no tienen en Chile ningún poder. Y sin poder, no hay equilibrio, y sin equilibrio, no existe negociación.
Son cosas tan simples de entender.
Nada nuevo bajo el sol, entonces. Nuevamente, como en los últimos veinte años, no llueve café nos diría Juan Luis Guerra.
Vuelven a llover migajas.
sábado, 17 de marzo de 2012
Tarde o temprano: tutela antes del contrato de trabajo
Ver Boletin: 8199-13
martes, 21 de febrero de 2012
"Su Excelencia: el no empleador" El Mostrador 13.02.2012

Dicen que ni se arrugó. El ministro Chadwick aconsejó a los trabajadores de Bahía Coique hacer la denuncia a la Inspección del Trabajo, ante el hecho de que la empresa en que prestaban servicios no respetaba los más básicos de los derechos fijados en la legislación laboral, como por ejemplo no tener con contrato a sus trabajadores o pagarles menos del mínimo.
Y dio por cerrado el asunto —y sin
sonrojarse nuevamente—. El detallito es que uno de sus dueños es Piñera.
¿Es Piñera el responsable legal de que los trabajadores de Bahía Coique no se les respeten los derechos laborales mínimos establecidos por la ley?
En ningún caso. Su Excelencia no es legalmente hablando el empleador. Y entonces ¿cierra eso el problema —como se apuró en hacerlo Chadwick— en el que parecía ser un argumento legalmente
abrumador?
En absoluto. Y es que a nadie medianamente informado se le pasa por la cabeza que este sea un problema simplemente legal acerca de a quién debe multarse por parte de la Inspección del Trabajo.
En rigor, queda pendiente lo más importante: el problema político de que el Presidente de la Republica sea dueño en parte de una empresa que no respeta en los mínimos los derechos laborales de sus trabajadores; esto es, derechos de las más débiles de la sociedad -en este caso
mucamas y cocineros—.
Creo que se llama responsabilidad política en los países donde eso existe.
En efecto, la falta de respeto de los derechos más básicos de los trabajadores no es, cuando se trata del Presidente de la Republica, un problema puramente legal. Es esencialmente de ética
pública: el estándar de la autoridad política en esta materia debe acercase al ideal. No solo deben cumplir con las leyes —cosa que la empresa de Piñera no hacía—, sino que deben llevarse a efecto las mejores prácticas posibles.
¿O es que el sencillo hecho de que Piñera sea el dueño —y no el administrador— de sus empresas lo hace irresponsable de los actos ilegales que se comentan dentro de las mismas desde el punto de vista político? ¿Y si Piñera hubiera sido propietario de la Minera San José no podríamos haber dicho nada porque era dueño, pero no administrador?
Simplemente absurdo. Alguna vez F. J. Errázuriz arguyó algo parecido cuando se le hacía ver las prácticas laborales de sus empresas.
Lamentablemente, para Piñera ser Presidente supone deberes adicionales: él y quienes administran sus empresas debe generar las mejores prácticas en cualquier ámbito de la vida social, como en este caso, el manejo de las relaciones laborales de las empresas de que es dueño.
Ni hablar de la coherencia política mínima que exige tener el cargo de Presidente. Piñera, días antes de este escándalo, decía con ese entusiasmo de feria de emprendedores que lo caracteriza que “vamos a defender los legítimos derechos de nuestros consumidores y de nuestros trabajadores, con toda la fuerza del mundo”, y agregaba, con el tono de quien viene saliendo de una misa, que “la economía social de mercado que estamos construyendo sólo tiene sentido si junto a la iniciativa empresarial, el emprendimiento, la innovación, la inversión se respetan en forma sagrada los derechos de nuestros consumidores y nuestros trabajadores, porque para nosotros esos derechos son sagrados”.
Si le creemos a Piñera y estos derechos son en su idea del mundo sagrados ¿nos debería bastar la explicación de que es dueño, pero no administrador para eximir su responsabilidad política en el
caso?
De hecho, como podrá el Estado seguir exigiendo al resto de los empleadores la responsabilidad mínima en materia laboral —los derechos sagrados de Piñera— si las empresas en que participa el
Presidente no lo hacen.
En fin, como ya es marca registrada de este gobierno, contradicción, liviandad y palabras vacías.
En todo caso, este episodio deja una constatación algo triste: los derechos de los trabajadores en Chile son prácticamente irrelevantes, y su abierta infracción —como lo hacía la sociedad de Piñera en Coique— no genera responsabilidad política alguna para nadie.
En fin, visto lo visto, no escucharemos ni una disculpa ni un lamento sincero. Ni del Presidente —el dueño— ni del Ministro de turno, ni menos de la titular de Trabajo —¿alguien ha visto a Matthei?—.
Lo único que escucharemos serán excusas formales de abogado en apuros: Su Excelencia no es el empleador.
martes, 17 de enero de 2012
Puertas adentro- El Mostrador- 29.12.2011
Un avance, no cabe duda. Que la respuesta a la desatinada medida de un club privado de exigir –sin ser siquiera su empleador- a las trabajadoras de casa particular de vestir “como tales”, esto es, como nanas, haya sido un enérgico rechazo social –incluyendo la tradicional indignación del Matthei-, es un paso adelante en la larga y tediosa tarea de terminar con la sociedad excluyente como la que, con perfección, hemos construido en tantos años.
Pero no nos engañemos. Y aunque alguna vez expresamos nuestra molestia por esto de los uniformes –“las nanas de Zapallar”- no es éste, ni con mucho, el principal problema de la discriminación de ese colectivo de trabajadoras.
En rigor, es el más vistoso pero no el más grosero.
Estas trabajadoras –un colectivo de débiles entre los débiles- plantean a la sociedad chilena un desafío de estimable intensidad.
Me refiero, obviamente, a las trabajadoras puertas adentro. De esas que viven donde trabajan. Trabajadoras que desprovistas de la posibilidad de hacer su propia vida, deben vivir en los pequeños espacios que deja la vida de otros – en la orilla de la vida de sus patrones-. En esa vida residual, sin privacidad y sin espacios de auténtica libertad para hacer las pequeñas cosas de la vida –cosas como celebrar en el momento que quieran, como tener sexo cuando lo estimen o simplemente protestar tocando las cacerolas-, deben intentar construir algo parecido a un proyecto que para el resto de nosotros es la base de nuestra dignidad.
No se puede prohibir por ley, por cierto. Pero una sociedad decente debería preguntarse cómo hacer para garantizar que ninguno de sus miembros deba renunciar a su propia vida para poder sobrevivir.
Algo que suena, a todo esto, como una dramática paradoja: mujeres que para vivir deben renunciar a tener una vida.
La respuesta no es muy difícil de concebir y ya la conocen otras sociedades más respetuosas de sus miembros como es garantizar un mínimo social de vida decente. Eso que se llama derechos sociales.
En efecto, no hay que ser adivino para saber que si Chile garantizara educación de calidad para todos, salud gratuita, y derechos laborales efectivos, el número de trabajadoras de casa particular que debería renunciar a vivir en condiciones de autonomía y plenitud, “aceptando” vivir “puertas adentro” se reduciría dramáticamente. Con algo de suerte, el trabajo puertas adentro por necesidad se extinguiría.
Y de paso, seriamos una sociedad mucho mejor y más decente.
Lo curioso –y dramático al mismo tiempo- es que el propio legislador se ha hecho eco de esta idea de trabajadores sin vida y en una legislación que parece sacada de la pluma de un gerente de las Brisas de Chicureo, declara que las trabajadoras “cuando vivan en la casa del empleador no estarán sujetos a horario” el que quedará determinado “por la naturaleza de su labor” y que, en un dejo de humanidad que hasta el explotador que redactó estas normas tuvo que reconocer, “normalmente” tendrán un descanso de 12 horas diarias.
Dicho en palabras sencillas: trabajadores que la ley permite trabajen como jornada normal 72 horas a la semana, cuando el límite para el resto es de 45. Un récord mundial, por fin, para Chile.
Ni hablar de los múltiples casos en que el empleador –comúnmente la mujer de la casa- considerará que se está ante un caso de “anormalidad”–cumpleaños de los niños, fiestas varias, compra de un chalet en las brisas, etc.- y que, por tanto, ni siquiera deberá respetarse ese descanso.
En fin, una joya de nuestra legislación laboral actual, que quizás en cien años más, se presente como hoy recordamos las leyes de la esclavitud.
Mientras tanto, miles de mujeres deben aprender a no tener vida para tener derecho a una.